pequeñas ediciones de libros de poesía
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48 p. ; 17 x 14 cm.
ISBN 978-987-88-4147-2
Obra de tapa: Manué Colomba
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Drop es una gota lenta que va cayendo en forma de escritura.
La gota es un prisma que transforma los sucesos cotidianos y los devuelve descompuestos,
sin angustias y con pensamientos claros que conforman la visualidad del poema.
Drop es un conjunto de caídas: cuando nos caemos del mundo recién empezamos a verlo.
Estos poemas de Lisandro nos expulsan del mundo y nos vuelven a introducir en él, pero transformados.
Daniel Durand
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Damascos
Cuando era chico, el verdulero de la vuelta me regalaba damascos
dulces, suaves, mis favoritos. Después volvíamos a casa: mamá cargando
las bolsas, yo comiendo damascos. Ese verdulero en Callao y Zeballos
—alto de bigote canoso, sonrisa y casaca adentro del pantalón— perdió
sangre por el cerebro. Ahora me mira desde muy lejos y pregunta qué
quiero. ¡Damascos, boludo! pienso y no lo digo, pido cortésmente como
cualquier cliente y me voy
Thriller
Fumo y flasheo secuencia. Largo el humo lento entre mis labios casi cerrados.
Tomo mate y siento que soy el más paisano entre los paisanos.
Banco alguna causa que parece la más justa de las causas. Cojo. Aprieto fuerte la otra espalda, me siento potenciado.
La gente es parte de mi mambo. Salgo a la calle limpio y la tarde pone tinturas en los frentes de las casas
Después están los otros días
Te levantás y no te importa nada la mañana. El mediodía llega sin que lo esperes.
No hay hambre, no se come. El cuerpo parece de otro: una bolsa de mierda, leche y meo.
Le rezás al laburo y tratás de catalogar el mambo loco que tuviste
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48 p. ; 17 x 14 cm.
ISBN 978-987-88-4147-2
Obra de tapa: Manué Colomba
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Drop es una gota lenta que va cayendo en forma de escritura.
La gota es un prisma que transforma los sucesos cotidianos y los devuelve descompuestos,
sin angustias y con pensamientos claros que conforman la visualidad del poema.
Drop es un conjunto de caídas: cuando nos caemos del mundo recién empezamos a verlo.
Estos poemas de Lisandro nos expulsan del mundo y nos vuelven a introducir en él, pero transformados.
Daniel Durand
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Damascos
Cuando era chico, el verdulero de la vuelta me regalaba damascos
dulces, suaves, mis favoritos. Después volvíamos a casa: mamá cargando
las bolsas, yo comiendo damascos. Ese verdulero en Callao y Zeballos
—alto de bigote canoso, sonrisa y casaca adentro del pantalón— perdió
sangre por el cerebro. Ahora me mira desde muy lejos y pregunta qué
quiero. ¡Damascos, boludo! pienso y no lo digo, pido cortésmente como
cualquier cliente y me voy
Thriller
Fumo y flasheo secuencia. Largo el humo lento entre mis labios casi cerrados.
Tomo mate y siento que soy el más paisano entre los paisanos.
Banco alguna causa que parece la más justa de las causas. Cojo. Aprieto fuerte la otra espalda, me siento potenciado.
La gente es parte de mi mambo. Salgo a la calle limpio y la tarde pone tinturas en los frentes de las casas
Después están los otros días
Te levantás y no te importa nada la mañana. El mediodía llega sin que lo esperes.
No hay hambre, no se come. El cuerpo parece de otro: una bolsa de mierda, leche y meo.
Le rezás al laburo y tratás de catalogar el mambo loco que tuviste